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Puno – Escenas de horror inimaginables han salido a la luz en el caso de la pequeña de 10 años fallecida en Juliaca. Su muerte no fue un accidente, como inicialmente se intentó hacer creer; fue el trágico final de una pesadilla de años de tortura y maltrato a manos de la pareja a la que su padre, ausente por trabajo, había confiado la vida de sus dos hijos.

El pequeño corazón de la niña se apagó tras un golpe brutal en el pecho, propinado sin piedad por George Ramírez Pineda con un palo. Un palo que se convirtió en el instrumento de su muerte, un palo que clava una herida profunda en el alma de una comunidad entera. La imagen de la niña colapsando, la desesperación de su hermano, son escenas que se graban a fuego en la memoria.

Pero esta tragedia no comenzó el día de su muerte. Fue la culminación de un infierno de abusos sistemáticos. El hermano, con apenas 12 años, relató con un dolor que conmueve hasta los corazones más duros cómo él y su hermana eran víctimas de la brutalidad de Ramírez Pineda y Karina Panca Umiña. Palos, cuchillos calientes que marcaron la lengua de la niña con cicatrices de dolor, amenazas constantes de muerte… Un calvario diario que solo un niño inocente podría soportar.

La última agresión, un acto de crueldad inaudita, se desencadenó por un gato que se comió el pollo. La furia ciega de la pareja se desató sobre los indefensos niños. El hermano, con un valor desgarrador, se lanzó sobre su hermana para protegerla, recibiendo golpes que le dejaron el cuerpo marcado por moretones. Su valentía, su amor fraternal, son un testimonio silencioso de la tragedia.

El padre, que trabajaba toda la semana lejos del hogar, confiaba en esta pareja. Confiaba en quienes se convirtieron en sus verdugos. Ahora, la comunidad de Juliaca exige justicia, clama por un castigo ejemplar para los responsables de esta muerte tan injusta. La voz de un niño, herido pero valiente, resuena con fuerza, exigiendo que se haga justicia por el alma inocente de su hermana. El dolor es inmenso, la indignación, incontenible. La pregunta que retumba es: ¿cuántas otras víctimas hay ocultas tras las puertas cerradas de la indiferencia?